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Darno


Poeta cantor
de versos sin sol
de luz de fría luna
sombras que son de fuego
llanto nuestro que baña
el suelo donde crece el fruto
que es arte y parte
al medio parte al miedo
de seguir adelante
sin olvidar
sin olvidarte.

Corazón que nos late
aire nuestro que hiciste canto
pesadillas trucadas en sueños
que sin ser dulces seducen
a estas almas tercas
que no se rinden
no se rinden.

Muchacho triste
detrás del humo
escondiste los hilos
de tu marioneta
muerte, señora muerte.
Eladio Camejo.

Claudia

Afuera insiste la lluvia, sobre su música las palabras caminan con la tranquila lentitud de lo irrefutable. En la cama, desnuda, con las nalgas en la almohada y la espalda abandonada a la pared, Claudia repite su historia. La agonizante luz de la vela agiganta su silueta en la rugosidad de la pared surcada por ríos que descienden del techo. Su única lágrima vuelve siempre a despedir a la infancia; el relato empieza a doler.

Siempre quiso algo más; pero no era tener lo que quería. Cada regalo, cada deseo cumplido era una frustración. Nadie entendió nada. En su amplio dormitorio se amontonaban objetos que la ahogaban. Solo sabía que no era tener lo que quería.

Cada tarde se escapaba a caminar, a buscarse en otros ojos. Cada noche regresaba llena de soledad. Hay más vidas alrededor y todas quieren tener. Todas saben. Nadie se pierde, nadie busca aunque no sepa qué.

Caminar se convirtió en una obsesión, cada vez caminaba más rápido para llegar más lejos. Todas las calles escondían vidas ocupadas en tener. Necesitaba encontrarse o perderse definitivamente, escapar. De regreso a la casa el peso de la noche le apretaba el pecho.

Rendida, su deambular volvió a ser lento. La noche pesaba a plena luz del día y su andar monótono la conducía siempre al mismo lugar, donde compraba en gramos su destrucción. Había decidido perderse para siempre.

No sabe si alguien se sorprendió o si alguien la buscó. Simplemente no regresó. Esta casa estaba sola y no tenía puertas, venía siempre a perderse un rato. El día que nos descubrimos aquí fue la primera vez que se encontró en otros ojos, por eso decidió quedarse. Tenía la esperanza de que yo le dijera lo que había que buscar. Al conocerme su ilusión fue desapareciendo y por primera vez en diecinueve años estuvo segura de algo. Yo sólo era la confirmación de su perdición definitiva.

Un trueno sonó como el último acorde de la orquesta que acompañaba su voz y puso fin a su relato. La vela había renunciado a su agonía. Dejó de mirar el movimiento de sus pies y su mirada se perdió en la infinita oscuridad de la habitación.

Por horas caminé culpable y sin rumbo, intentando escapar de su mirada perdida, de la aguja entrando en su brazo, cargada de una dosis imposible de soportar.

No era tener lo que quería, pero nadie entendió nada.




Eladio Camejo

Carta de un amigo triste.

02 de agosto de 2007.

Querido amigo:

Entristece el alma observarte, amigo. Duele hacer el camino de vuelta oliendo tu inapetencia, sentado junto a tu historia de anhelos cumplidos frente al televisor y de sueños interrumpidos por cortes de luz que aniquilaron la magia.

No sé como decirte para que entiendas cuánto duele beber casi juntos este vino que no es alegría ni olvido, en este bar donde triunfa la desconfianza y crece lento pero crece y se hace inmenso el pasado. Duele y duele mucho ver que ya solo seas pasado y que el camino ya solo sea de regreso. Por qué te cuesta tanto levantar la vista y mirar de frente al horizonte que nos sigue esperando y que no nos olvida.

Tengo mucho miedo, amigo. No quiero volver a estrellar mi vaso en tu cuerpo y que te destroces en mil pedazos. No quiero volver a quedarme solo con esta tristeza que viene creciendo lento, pero creciendo y ya es inmensa.

Un abrazo:

Tu amigo siempre.

Confundido siempre.

Eladio Camejo.

Carta de un amigo féliz.

Querido amigo:
Hoy puse en movimiento el mar, formé una a una las olas que desarmé casi inmediatamente. Hice bailar a la arena de la playa dando giros y elevándola para aterrizar suavemente sobre si. Cantaron mi canción las gaviotas, puse a soñar al gran lobo marino del puerto. Vi triste al vendedor de pasteles y le mandé una familia dominguera. Recorrí la vida entera de los pescadores y llegué hasta su muerte; no me gustó y la cambié. Seguí caminando. Llegué al final de la tarde donde el sol se ponía sin una nube que coloreara el crepúsculo, asomé una tormenta para llenar de rojos el horizonte. Desaté una nube que llegó hasta aquí con una llovizna que dio tiempo de refugiarse a todo el que quisiera; bajo el techo del kiosco de los helados observé la caída ruidosa de un chaparrón. La arena se aprisionó para la caminata del anochecer; cumplidas mis órdenes la nube desapareció.
Con las últimas luces la playa estaba sola y casi hermosa. Encendí el ladrido de su perro, presagiándola. Caminábamos los tres bajo la claridad de la luna junto al bravo mar, llegó hasta mí con su vestido claro y pasó a mi lado con su rostro ruborizado.
La Mano que yace enterrada en la arena mudó su grito de auxilio y me levantó el pulgar.

Un abrazo:
Tu amigo siempre.

Eladio Camejo.

Carta del domingo.

Querido amigo:

El domingo fue un día espléndido. El mar se mecía lentamente buscando el sueño. Algunas pocas nubes funcionaban como carteles recordatorios de lo efímero, de que el día es hoy. Contaba con la compañía justa: termo, mate, un buen libro y toda la soledad del mundo reservada para mí, para este día.
Algunas pocas nubes funcionaban como carteles recordatorios… El silencio ocultaba todo, la ciudad había desaparecido de mi memoria; el futuro ocupó su lugar dejando de existir. Sin despegar el culo de la arena recorrí kilómetros de playa hasta sentir su presencia. Era apenas una mancha, una sombra sólida que me modificaba.
Algunas pocas nubes funcionaban…
En aquella tarde sin tiempo me distraje en la lectura, pasaron varias páginas y la brisa cambió su rumbo. La mancha dejó de ser, su sombra sólida se volvió imagen, concepto, definición inapelable. El mar había alcanzado el sueño y soñaba plácidamente. Permanecí inmóvil, temiendo despertarlo.
El mar es inmenso e imponente y sólo tiene sueños inmensos e imponentes. Sólo conoce de pesadillas y paraísos. Fue un día espléndido y su sueño lo seducía caminando lentamente, recorriéndolo desde la orilla.
Supe que sólo el mar conocía la verdadera belleza y sólo él podía soñar con ella.
Supe estar en su sueño; supe verla. Nunca sabré describirla.
Vi que tiene cuerpo de mujer.

Un abrazo.
Tu amigo siempre.


Eladio Camejo.
En cada lluvia entristece
cansado de corretear ida y vuelta.
Su dedo apunta al cielo
siguiendo la mirada que no logra
contar las gotas que la lluvia comprende.
Como a un alma doliente cada gota concibe;
pero nunca sabrá, pobre loco,
cuánto cuerdo le llueve al mundo,
cuántos mundos al mundo llueven.



Eladio Camejo.

Cinta de Moebius

Muere el día
Y muere gris otra vez
Invierno en mí.

Invierno en mí
Pequeño rayo de sol
Luz esperanza.

Luz esperanza
Es teatro interno
Delirio manso.

Delirio manso
Sobre suelo incierto
Viajar descalzo.

Viajar descalzo
Deshaciendo el tiempo
Muere el día.
Eladio Camejo
Maldito ejercicio de acumular palabras,
Desahogo.
Transitar hojas en blanco con letras dolientes,
De profundidad sangrante
De soledad taciturna.

El lento fluir se detiene,
Lento.
Sin una idea que me rescate
Sin poesía.
Con el único recuerdo de tu belleza
Que me permita quizá
Alguna vez en sueños,
Encontrar el verso que me justifique.

Eladio Camejo
Ronronea el mar su tristeza eterna
Viene a saludar a sus amigos
Viejos visitantes sin rumbo
En busca de reflejos
Sueños de lunas
Siempre en menguante.

Ronronea el mar sus tristezas eternas
Lunas de enamorados
De suicidas
Desarmadas en olas desalmadas
Delirantes.

Ronronea el mar tus tristezas eternas.
Mis tristezas
Vela la luna tus miedos
Mis miedos
Se va la noche
Amanece
Volvemos a morir
Mil y una muerte merece la vida

Ronronea el mar
Hoy hablé con ella
Tristeza eterna
Dijo que me quería.
Mil y una muerte merece la vida.



Texto: Eladio Camejo
Foto: Servando Valero
La velocidad del mundo
Conspira
Contra el goce
Inteligente.

Nos especializamos
Ingenuos
En castillos de naipes
Siempre
Al borde del olvido.



Eladio Camejo (1979)

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