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De poetas.

Nicola vende en los bares. Si me preguntan ahora qué es lo que vende, no sabría decirlo. Creo que, en el fondo, Nicola hace que vende. Más bien, se pasea por los bares y circula entre las mesas esperando que alguien diga algo para engancharse a charlar. Lo extraño de todo esto es que el tema de conversación de Nicola es la poesía. No sé si vende sacapuntas, pañuelos, lapiceras de Taiwán o relojes; sé que su afán es tocar el tema de la poesía. Sus pupilas azules, movedizas, hurgadoras, están pendientes de encontrar un interlocutor. Cuando logra dar con uno, habla sin detenerse ni para tomar aliento.
—Yo dije ayer, en una reunión de poetas —comenta Nicola. Y, enseguida, dice dos o tres versos propios escritos con aires lorquianos, de ritmo contundente y parejo. Luego recuerda a sus amigos poetas, tan admirados por él. En algún momento extrae de su memoria una cita hecha por un clásico como manera de reafirmar algo que ha dicho. Va y viene entre versos y poetas en todo el tiempo que sus ocasionales interlocutores le permiten, antes de volver a las charlas que mantenían cuando se les acercó este extraño vendedor.
Nicola vive en poesía. Intenta que los demás también lo hagan.
Hoy me regaló un libro.



Julio César Parissi

Náufragos en la ciudad.

Sigue lloviendo, y uno ya perdió la memoria de cuando empezó esta lluvia triste. Caminamos entre saltos, esquivamos los pozos de las veredas y nos cuidamos de que los autos no nos salpiquen. El bar es el refugio, y hasta ahí llegamos. Nos esperan los muchachos, como todos los viernes: en la mesa ya están Alfredo, Jorge, Walter y Tabaré, que hoy vino y nos dio la sorpresa a todos. Hay veces, como en esta tarde, que me siento un náufrago en una isla. Porque el boliche es eso: una isla. Afuera está el océano tormentoso y desconocido.
A nadie se le ocurrió pensar que somos náufragos. Que hace siglos llegamos aquí, a esta isla mayor que es la América.
Llegamos o nos trajeron, no sé.
Todos los días caminamos por la isla haciendo nuestras tareas cotidianas. A veces llegamos al borde del mar y nos detenemos, sin poder salir. Miramos la inmensidad de esa agua turbia y regresamos. Hace tantos años que estamos por estos parajes que ya muchos ni imaginan que más allá puede haber otra cosa que no sea agua salada. Algunos que salieron, al volver, nos dicen que sí, que hay otras ciudades parecidas a ésta pero mucho más antiguas, y que la gente de allí puede ser una parte de los parientes que tuvimos y olvidamos.
En esto se ha tornado nuestra vida: en la larga espera de un posible regreso. Lástima que a algunos no nos va a alcanzar el paso por la tierra para lograr esa hazaña.


Julio César Parissi

Muy lejos

Sonó el teléfono y ella levantó el tubo.
—Feliz Navidad, mamá —se sintió desde un lugar lejano.
—Hola, hija —respondió la mujer—, feliz Navidad también para ustedes.
—Te va a hablar tu nieta —dijo la voz. Hubo un corto silencio.
Merry Christmasbalbució una vocecita. Enseguida, otro silencio. Después, la voz del principio, dijo:
—Se fue, mamá. Sabés como es Natalie. Habla poco —la excusó, y agregó—: ¿Cómo estás?
—Sola, pero bien.
—Nosotros vamos a pasar la Nochebuena con Juliette y el matrimonio Holland. Bastante solitos, también —dijo la voz lejana. Luego, apenas unos pocos minutos, siguieron hablando sobre las mismas cosas que hablan todos los años. Parecía que no tenían nada nuevo para decirse.
Cuando colgó, la mujer supo que su hija, la que vive en Canadá, está cada día más distante de su vida. Mucho más lejos que lo que está ese país. Muchísimo más lejos.



Julio César Parissi

Primavera con nieve.

Fue en el tiempo loco de la primavera, cuando el pequeño Juan estaba en la ventana y apareció un viento arremolinado. Enseguida vio a la madre saliendo presurosa al patio para recoger las sábanas del tendedero; entró con la ropa a cuestas, cerró las puertas y las ventanas mientras el cielo se oscurecía ocultando el sol de la tarde. El viento trajo la lluvia, y la lluvia golpeó contra los vidrios. A Juan le pareció que el agua pedía entrar en la casa. Tras la lluvia llegó una granizada, ruidosa, ronca y feroz.La tormenta se fue, tan rápido como vino. El sol rasgó las nubes, y se instaló una calma que invitaba a salir. Juan lo hizo; caminó por la vereda, se asomó al cordón y vio, con asombro, montones de arroz blanquísimo a lo largo de la acera. Metió sus manos en uno de ellos y sintió el frío en sus palmas. Corrió a la casa con el tesoro a cuestas.—¡Mamá, cayó nieve!—Es granizo, hijo. La nieve es otra cosa. La nieve está en Europa o en las montañas del sur. Algún día la vas a conocer.El granizo se derritió bajo el sol de primavera sin dejar rastros. Luego, pasaron muchos años antes de que Juan tuviera la oportunidad de conocer la nieve.Estando en la montaña, Juan, ya hombre, se inclinó y recogió un puñado de nieve imitando aquel viejo gesto de la infancia. Pero ahora todo era distinto. Hizo el mismo gesto, pero no logró la misma emoción. Había demasiada nieve y él tenía demasiados años.

Julio César Parissi.

Imágenes

Es un papel llevado por el agua que corre debajo del cordón de la vereda luego de la lluvia. En las barrancas de Retiro un hombre recorre las páginas de un diario sin leerlo.
Es la hoja amarilla que se desprende del árbol, que baila en el aire, imprecisa, temerosa, y que en algún momento caerá al suelo, no se sabe cuándo ni se sabe dónde. Mi vecina sale a hacer las compras apretando el monedero en la palma de la mano.
Es el perro que corrió detrás de un automóvil cualquiera y que, al rendirse de cansancio, se da cuenta de que está lejos de su casa y de su amo. En la esquina de Diagonal Norte se arma una manifestación de desesperados.
Es en la hormiga que se alejó del sendero y camina como si buscara una suela que la sacrifique. La madre de un amigo llega a Ezeiza para darle el adiós.
Es la manzana que madura y cae para germinar otro manzano. En Santa Fe y Talcahuano un taxista discute con otro disputándose en cliente.
Es el ave que emigra todo el tiempo sin saber en verdad cuál es su lugar definitivo.
¿Acaso el hombre es algo diferente a todo eso?


Julio César Parissi

Un descanso en la tarea.

-¿Por qué todo gira entorno a la plata? –se preguntó el tipo, sentado detrás de su escritorio, llevando las manos a la nuca como si estuviera distendido, algo que estaba lejos de ser cierto. El tipo observó su corbata, luego paseó su mirada por la oficina, se detuvo en el cuadro de Alonso que flotaba en la penumbra de la pared de enfrente, y su memoria dio un vuelco hacia atrás, un salto enorme que demolió lustros enteros. Después estiró el cuelo y miro hacia abajo a través del ventanal, y se vio. Se vio, sí. Allí estaba él; era aquel tipo que caminaba por la vereda de enfrente. Podía ver hasta la marca del ataché barato forrado de plástico negro. Eran sus mismos zapatos, su traje de siempre, la camisa blanca de uso diario. Podía sentir sus ganas de llegar, a cualquier lado, pero llegar. Él estaba allá abajo, pero también estaba acá arriba-. ¿Qué quiere decir esto?-volvió a preguntarse. Luego pensó un poco y se dijo-: Ese que esta allá, hoy se encuentra acá. Es el mismo. Adentro de cada uno nada cambió. Él quiso estar acá, y hoy lo está –razonó. Luego destrabó sus manos de atrás de la nuca, las apoyó en el escritorio y buscó una tarea para hacer. Deseó pensar en otra cosa. No sabía como sigue eso de pelear por un lugar en la vida, llegar a ese sitio y no entender para qué.

Julio César Parissi (1945).

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