Carta de un amigo féliz.

Querido amigo:
Hoy puse en movimiento el mar, formé una a una las olas que desarmé casi inmediatamente. Hice bailar a la arena de la playa dando giros y elevándola para aterrizar suavemente sobre si. Cantaron mi canción las gaviotas, puse a soñar al gran lobo marino del puerto. Vi triste al vendedor de pasteles y le mandé una familia dominguera. Recorrí la vida entera de los pescadores y llegué hasta su muerte; no me gustó y la cambié. Seguí caminando. Llegué al final de la tarde donde el sol se ponía sin una nube que coloreara el crepúsculo, asomé una tormenta para llenar de rojos el horizonte. Desaté una nube que llegó hasta aquí con una llovizna que dio tiempo de refugiarse a todo el que quisiera; bajo el techo del kiosco de los helados observé la caída ruidosa de un chaparrón. La arena se aprisionó para la caminata del anochecer; cumplidas mis órdenes la nube desapareció.
Con las últimas luces la playa estaba sola y casi hermosa. Encendí el ladrido de su perro, presagiándola. Caminábamos los tres bajo la claridad de la luna junto al bravo mar, llegó hasta mí con su vestido claro y pasó a mi lado con su rostro ruborizado.
La Mano que yace enterrada en la arena mudó su grito de auxilio y me levantó el pulgar.

Un abrazo:
Tu amigo siempre.

Eladio Camejo.

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